Comentario
Capítulo XII
De la escuela que tenía el Ynga en el Cuzco
Porque no se nos quede alguna cosa notable, que dé indicios de la policía y buen gobierno de los Yngas en su república, por írseme ya olvidando una curiosidad bonísima que tuvo en el Cuzco, que fue hacer en él, y en su casa, criar a hijos de los curacas principales de los gobernadores de las provincias, y de los parientes más cercanos, y de otros de su linaje, como lo hacían antiguamente los persas, nación tan proveída y famosa; la cual he querido poner en este lugar, no se me quedase entre renglones, como dicen, pues fue éste un medio discretísimo y acertado para criar y corregir la juventud, y sacar de allí hombres valerosos y capitanes singulares en las ocasiones necesarias.
Dijo el Ynga, como iba su poder y majestad creciendo, que se enseñase en su casa a los hijos de los principales y de los orejones que residían cerca de su persona, todas las cosas por donde habían de venir a ser sabios y experimentados en gobierno político y en la guerra, y por donde habían de merecer la gracia y amor del Ynga. Así puso en su casa una escuela, en la cual presidía un viejo anciano, de los más discretos orejones, sobre cuatro maestros que había para diferentes cosas y diferentes tiempos de los discípulos. El primer maestro enseñaba al principio la lengua del Ynga, que era la particular que él hablaba, diferente de la quichua y de la aymara, que son las dos lenguas generales de este reino. Acabado el tiempo, que salían en ella fáciles, y la hablaban y entendían, entraban a la sujeción y doctrina de otro maestro, el cual les enseñaba a adorar los ídolos y sus huacas, a hacerles reverencia y las ceremonias que en esto había, declarándoles la diferencia de los ídolos y sus nombres y, en fin, todas las cosas pertenecientes a su religión y supersticiones. Al tercer año entraban a otro maestro, que les declaraba en sus quipus los negocios pertenecientes al buen gobierno y autoridad suya, y a las leyes y la obediencia que se había de tener al Ynga y a sus gobernadores, y los castigos que se les daban a los que quebrantaban sus mandatos. El cuarto y postrero año, con otro maestro aprendían en los mismos cordeles y quipus muchas historias y sucesos antiguos, y trances de guerras acontecidas en tiempos pasados y las astucias de sus Yngas y capitanes, y el modo con que conquistaron las fortalezas y vencieron a sus enemigos y todas aquellas cosas que notables habían sucedido, para que las tuviesen de memoria y las refiriesen en conversación; y entre ellos y los maestros se las hacían contar y decir de memoria, porque por el modo que en referirlas tenían, sacaban la facilidad, entendimiento y prudencia de que habían sido dotatos, y su buena o mala naturaleza de los muchachos. Concluido con estos cuatro años de doctrina, daban cuenta los maestros al Ynga, mediante, el supremo de ellos, de lo que sentían y esperaban de su buena inclinación y habilidad. Eran estos muchachos muy bien tratados en sus personas y vestidos, y tenían señaladas las raciones para el sustento muy cumplidamente ellos y sus maestros. A éstos no los castigaban ni azotaban a su albedrío y como querían, antes tenían limitada la jurisdicción en el castigo; podían una vez en el día azotarlos y no en las nalgas sino en las plantas de los pies, y si el maestro excedía en el número de diez azotes y se los daba en las nalgas, o más que una vez al día, el Ynga lo castigaba muy cruelmente y por lo menos le mandaba cortar la mano derecha. Si desta escuela salían los muchachos bien enseñados, luego entraban por pajes del Ynga, favorecidos y regalados, y como iban dando muestras en el servicio del Ynga, así iban subiendo y se les empezaban a dar oficios en la guerra, o en el gobierno de provincias, hasta llegar, conforme sus merecimientos, a ser Tocoricucapa, que eran gobernadores, o ser del Consejo de estado del Ynga, como tenemos referido.